Hablar de predicación, testificación, o evangelización, es hablar de la Misión encomendada al pueblo de Dios. Pero esta “misión” tiene que ser analizada desde sus orígenes, cuando Dios formó el pueblo de Israel en Egipto, y luego les explicó en el Monte de Sinaí, por qué Dios había tomado esa decisión de organizar un pueblo especial.
La declaración de Dios fue: “Porque yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios: Seréis, pues, santos, porque yo soy santo.” Lev. 11:45. En este texto encontramos dos declaraciones específicas, y una tercera tácita o sobreentendida. La primera es: “Para ser vuestro Dios”. Dios creó el pueblo de Israel desde cero. Comenzó con el llamado de Abram, y se multiplicaron hasta su salida de Israel. No utilizó ni a Egipto, ni a Asiria para formar un pueblo especial porque esas naciones estaban contaminadas en su religion, su filosofía, y sus practicas. Dios necesitaba un pueblo en el cual “El” (es decir Dios) pudiera ser Supremo.
La segunda declaración específica en la misión encomendada a Israel fue: “Santos seréis, porque yo soy Santo”. En el Monte de Sinaí en su declaración de propósito Dios les dijo: Necesito un pueblo donde yo sea Dios, y ese pueblo debe recorrer el camino de la santidad. Este camino requería aplicar los principios y valores de Dios. Requería seguir sus indicaciones y enseñanzas (613 mandamientos, leyes, estatutos, decretos, y ordenanzas dadas por medio de Moisés). Todo fue dicho, y todo fue escrito. El Dios Supremo impactaría la conducta de las personas, y transformaría la vida de esas personas, cuyo resultado verían las naciones. Israel sería un pueblo diferente.
El profeta Zacarías lo explicó en el capítulo 8 de su libro: “Así dice Jehová: Yo he restaurado a Sión y moraré en medio de Jerusalén…y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios en verdad y en justicia.” Zac. 8:3-8. Esta realidad atraería la atención de las naciones. Vendrían muchos pueblos y naciones a buscar a Jehová y dirían: “Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros” Zac. 8:16-23. La face tácita de la declaración de “misión” o declaración de propósito expresada por Dios en el Monte de Sinaí se refiere a la influencia silenciosa que ejerce una vida transformada por Dios.
Lamentablemente las cosas no salieron bien. Israel perdió de vista lo más importante: Dios como centro de sus vidas. Como resultado, en Israel se cometieron injusticias e iniquidades unos con otros. La “luz” que debía brillar entre las naciones, permaneció apagada. Los resultados esperados por Dios, no se lograron. Esta es la razón por la cual el Señor Jesús a través de la parabola de los Labradores Malvados les dijo: El reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” Mat. 21:33-43. Así, el judaísmo fue puesto a un lado, y surgió el cristianismo, que tenía (y tiene) el deber de cumplir la misión original dada a Israel: 1. Permitir que Dios fuera supremo en sus vidas, 2. Recorrer el camino de la santidad, y 3. Ser luz a las naciones.
El Señor Jesús enfatizó que esta fase de “ser luz a las naciones” era importante y tenían que ir por todo el mundo para predicar el evangelio a toda criatura Mar. 16:15. Lamentablemente el cristianismo ha enfatizado esta parte de la misión, pero ha ignorado la misión completa que incluía la supremacía de Dios en las vidas de las personas, y recorrer el camino de la santidad, que produciría “los frutos”. Se vería una notable diferenciaentre quienes amaban y honraban a Dios de todo corazón, y entre los que no lo hacían.
Al apartarse Israel de su verdadera “misión”, se esperaba que la iglesia cristiana primitiva (compuesta por judíos que conocían y practicaban las leyes de Moisés), hicieran las cosas bien. Que no cometieran el mismo error en que cayeron los judíos. Lamentablemente el cristianismo ha dado énfasis a la predicación, pero ha olvidado la misión completa. Así, los miembros de la iglesia encaran una situación muy difícil, al tener que salir a enseñar y predicar sobre un Dios que no conocen, a contestar preguntas sobre un problema que no entienden, y en muchos casos, enseñar una ética (o conducta) que no practican.
La evangelización debe comenzar por desarrollar un interés mayor en el conocimiento de Dios. Quién es Dios? Por qué Dios hace lo que hace? Por qué Dios da la impression de no actuar en los momentos críticos? Por qué se generan situaciones de injusticia en la vida de pobres y ricos, jóvenes y ancianos? Por qué Dios aparentemente no pone un término a esta situación? Al no saber las respuestas a estas preguntas. las personas tienen la tendencia de culpar a Dios, porque Él tiene el poder en sus manos para corregir o impedir el mal. Estas conclusiones son injustas en cuanto a Dios, porque “no se tiene el cuadro completo”. De ahí la importancia de un estudio más profundo de la Palabra de Dios que nos permita entender mejor lo que está pasando.
E.G. White advirtió a la iglesia en el año 1900 que: “El Señor no obra para atraer a muchas almas a la verdad, a causa de los miembros de la iglesia que nunca han sido convertidos, y por aquellos que una vez estaban convertidos, pero se han descarriado.” El Evangelismo, pag. 85.
Es correcto afirmar que la predicación forma parte de la misión, pero no es correcto dar la impresión que es el único componente de la Misión. Esta realidad presenta un desafío para el ministerio pastoral y para los dirigentes de las Iglesias. Se debe dar la prioridad a las cosas que son más importantes: En primer lugar Dios, como el centro de la vida y del mundo. En segundo lugar, seguir el camino de la santidad trazado por Dios, y finalmente testificar y predicar como resultado de esa relación con Dios. Si nos apropiamos de Dios y recorremos el camino de la santidad, la testificación y la predicación se convertirán en un resultado natural y casi automático. Las Iglesias que quieren introducir un cambio en la vivencia espiritual de sus miembros, deben promover el reavivamiento espiritual y aplicar la formula de solución presentada por Dios para la iglesia en el período de Laodicea.
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