En el Monte Sinaí Dios declaró: 1. Su soberanía (los Diez Mandamientos). Isaías les recordó las palabras de Dios: “Porque yo soy Dios, y no hay otro Dios.” Isa. 46:9,10. 2. Israel sería un pueblo único y diferente (no como las demás naciones). Para lograrlo debían recorrer el camino de la santidad que generaría la transformación de los caracteres. “Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios.” Lev. 19: 2. Luego declaró las condiciones del Pacto Eterno: “Si diereis oído a mi voz y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro.” Exo. 19:5 Finalmente Dios aclaró el propósito de Israel cuando dijo: “Porque yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios: seréis, pues, santos, porque yo soy santo.” Lev. 11:45
En 1.405 a.e.c. después de cuarenta años, el pueblo aún no estaba listo para representar a Dios: “Debido a su falta de confianza en Dios, a su orgullo y a su incredulidad, no estaban preparados para entrar en la tierra de Canaán. De ninguna manera representaban a aquel pueblo cuyo Dios era Jehová; porque no tenía su carácter de pureza, bondad y benevolencia.” E.G. White, Patriarcas y Profetas, (PP), capítulo 42 pág. 441.7 Moisés escribió de nuevo todas las instrucciones, que aparecen en Deuteronomio, una compilación especial para las nuevas generaciones.
En tiempos de Jesús, Israel tampoco representaba adecuadamente a Dios, y por ello, Jesús declaró: “Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él.” Mat. 21:23,43. Así fue como la representación del reino de Dios en la tierra fue transferida del judaísmo al cristianismo. El grupo de sacerdotes judíos fue reemplazado por los apóstoles, que también eran judíos. El sacerdocio levítico no fue transferido. La ekklesía sería el nuevo modelo y aplicaría el método centrífugo para llegar a los gentiles, quienes se convertirían en el grupo mayoritario dentro del cristianismo.
Isaías enfatizó que se debían seguir cuidadosamente las indicaciones de Dios. Aplicar las indicaciones divinas sería una señal de respeto a Dios, así como no llevarlas a la práctica sería una falta de respeto a Dios. “Mirad a mí y sed salvos todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más.” Isa. 45:22. El pueblo de Israel en el Antiguo Testamento (AT) y la Iglesia Cristiana en el Nuevo Testamento (NT) formaban parte de la logística de Dios, pero en ninguna forma debían reemplazar a Dios.
A través de Isaías Dios les dijo: “Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí. Que anuncio lo porvenir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho…” Isa. 46:9,10. Aquí se destaca la soberanía de Dios y también la capacidad que Él tiene de conocer el fin desde el principio (Presciencia divina). Con Dios no hay improvisación, o emergencias, o plan B.
El judaísmo durante 1.500 años ignoró y no llevó a la práctica las indicaciones de Dios. El cristianismo con 2.000 años de historia, muestra una situación similar. En el judaísmo había grupos de pensamiento liberal, conservador, ortodoxo, pero todos asistían al mismo al templo, con el mismo sacerdocio y recibían las mismas enseñanzas. En el cristianismo se observan las mismas divisiones de pensamiento como en el judaísmo, pero está profundamente dividido en miles de denominaciones.
El cristianismo tampoco está representando a Dios e ignora las indicaciones dadas en el Sinaí. Por ello, al no seguir las directrices dadas por Dios, ni reconocer la soberanía de Dios, no se está logrado la transformación del carácter y por ello no se producen los frutos. La predicación que hoy se proclama como la misión de la iglesia, no es la misión que Dios pronunció en el Monte de Sinaí.
Como resultado del segundo gran avivamiento producido en Norteamérica a finales del siglo XVIII (1.790) que impulsó el crecimiento de las iglesias metodistas, bautistas, y presbiterianas, la gran comisión de predicar el evangelio en todo el mundo, se convirtió en ‘la misión de la iglesia’ para los evangélicos y protestantes. La declaración original sobre la misión de la iglesia dada en el Monte Sinaí incluía la transformación del carácter y la producción de ‘frutos’ .
Jeremías resaltó las palabras de Dios: “Asi dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Más alábese en esto el que hubiere de alabar: En entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová.” Jer. 9:23,24. Por ello, la agenda eclesiástica que promueva únicamente la predicación, está ignorando la indicación original dada por Dios a Israel.
“El objetivo de la vida cristiana es llevar fruto, la reproducción del carácter de Cristo en el creyente, para que ese mismo carácter pueda reproducirse en otros.” E. G. White, Palabras de Vida del Gran Maestro, pág. 47.4 ¿Por qué tanto énfasis en el carácter? Porque nadie entra al reino de Dios, a menos que tenga el vestido de bodas que es el carácter transformado por el Espíritu Santo. Por ello es necesario dar prioridad a la amonestación de Apoc. 3:14-22 que señala los verdaderos problemas y provee las soluciones para la iglesia en el período histórico de Laodicea. Apoc. 3:17,18.
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“CONOCIENDO EL MUNDO DE LAS RELIGIONES Y LAS RELIGIONES EN EL MUNDO”
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